Abzurdeces (2)

Yo no soy de natural disperso, suelo estar bastante centrado aunque sí que ando metido siempre en varios fregaos a la vez, pero últimamente las ideas me atraviesan el cerebro utilizando todas las diagonales posibles y a velocidades de vértigo. Son ideas que saben cuándo entran y cuándo salen, pero no si regresarán ni cuándo ni por dónde.
Esta dispersión tiene una repercusión negativa para la escritura, tanto en el blog como en el relato y la novela que me traigo entre manos, porque me cuesta focalizar la atención sobre algo durante el tiempo suficiente. Aun así intento no dejar de escribir, aunque sea como ejercicio diario, tal que si le diera a las mancuernas o si me hiciera unos largos piscineros.
Estoy terminando El juego del ángel. No diré lo que me parece, al menos de momento, porque no suelo hacer críticas literarias. Se me dan mal y desde hace tiempo vivo la literatura desde la más básica visceralidad. Lo que sí que diré es que el librito me costó 25 eurazos y ya he descubierto seis erratas sin buscarlas, que el estilo general está descuidado (no el del autor, sino el del tratamiento del libro) y que la calidad de la impresión deja bastante que desear. No sólo el libro es caro, sino que la primera tirada es de un millón de ejemplares, lo que significa un millón de ejemplares defectuosos. Como soy un poco tocapelotas (y mis queridos amigos a la par que socios me dicen que también soy un tanto friki por mi vena de corrector), voy a mandar una carta a Planeta (no, a todo el planeta no, que no soy tan tocapelotas, sino a la editorial). Lo más seguro es que no se lo lean, pero cada vez estoy más convencido de que tenemos que ejercer nuestro derecho como consumidores.
Estoy encantado de ser mi propio jefe, al menos de momento. Estoy disfrutando como un enano y, para colmo, el disfrute es compartido a tres bandas. O a seis, según se mire. Construir algo con tus propias manos es duro y tiene sinsabores (y más que tendrá), pero a la vez te proporciona pequeñas satisfacciones constantes. Cada balda puesta, cada brochazo terminado, cada contacto válido, cada pequeña decisión acertada, se convierten en ínfimos éxitos que me ayudarán/nos ayudarán a asumir los fracasos (que espero que sean más ínfimos aún que los propios éxitos).
Dentro de dos semanas me voy a Holanda. La primera parte del viaje será básicamente musical (ensayos y conciertos). La segunda parte será de turismo y risas. ¿A que suena bien? Pues no me apetece absolutamente nada. Sé que una vez allí me lo pasaré genial, pero tengo tantas cosas que hacer aquí y te voy a echar tanto de menos...
Lo que sí que me apetece es irme de puente. Mañana parto y desaparezco hasta el domingo. En la mejor compañía. El resto de detalles sobran.

¡Hasta el lunes!