Tres huellas iban marcando su rastro, las dos de sus enormes zapatones y el círculo preciso que cincelaba el bastón en la nieve. Tres huellas profundas, debido a la lentitud de sus pasos y a su pesado corpachón.
Hacía un par de horas que había dejado de nevar. Lucía un sol madrugador que era incapaz de derretir la nieve, pero que sacaba magníficas fotografías con todos los blancos posibles. La ausencia total de viento dejaba a cada copo reposar en su milímetro cuadrado de aterrizaje. El frío intenso se encargaba de fabricar moldes de suela de zapatón. Y de punta de bastón.
Caminaba siguiendo el rumbo anunciado por sus futuras pisadas.
Caminaba con la tranquilidad del que ha asumido que no puede hacerlo más deprisa.
No iba a ninguna parte. Al menos no a ninguna parte concreta.
Simplemente le gustaba caminar por la nieve. Le gustaba escuchar el crujiente sonido de los cristales cediendo bajo su cuerpo. Le gustaba escucharlo a través de la piel de sus pies, porque el deterioro de sus oídos le impedía incluso escucharse a sí mismo.
Disfrutaba descubriendo las lágrimas ocres que iban coloreando el suelo al borde del camino. Su vista cansada se las ofrecía por sorpresa, como si surgieran del subsuelo en vez de caer, ya que era incapaz de ver el lloro lento debido a la curvatura de su espalda, y se tenía que conformar con la quietud repentina que se anticipaba a sus pasos.
Mientras caminaba, recordó aquella tienda de la calle principal. Recordó cómo de niño pasaba horas con la nariz aplastada en el escaparate, jugando con el vaho a la vez que disfrutaba de aquellas postales de montañas nevadas que tanto le gustaban. El recuerdo le provocó una pequeña sonrisa que venció, no sin dificultad, a los entumecidos muelles de sus arrugas.
Nadie vio su tímida sonrisa. Era muy temprano, tanto que no se cruzó con más huellas por el camino.
Así que nadie pudo extrañarse de ver a ese anciano grandullón, abrigado con tantas capas como su movilidad le permitía ponerse, caminando despacio por la orilla alisada de la playa, bajo un incipiente sol que empezaba a desperezarse, tocando torpe con sus largos brazos la cara apergaminada del viejo, que jamás había visto la nieve.
Y si alguno de los concursantes me quiere votar, ya sabéis, en cultura:
7 comentarios:
Y hoy me toca a mi.
En unos días no podré disfrutar de tus relatos programados.
Me alegro de que este viejito haya podido llegar a tiempo de disfrutar la belleza sonora de la nieve.
Salud.
Sr. mudo..
No encuentro su blog por ningún sitio de la blogoteca esa de 20 minutos.
Yo voto por mi Maga. No la olvido.
Voy a ver otra vez.
Sr. mudo..
No encuentro su blog por ningún sitio de la blogoteca esa de 20 minutos.
Yo voto por mi Maga. No la olvido.
Voy a ver otra vez.
Sr. mudo..
No encuentro su blog por ningún sitio de la blogoteca esa de 20 minutos.
Yo voto por mi Maga. No la olvido.
Voy a ver otra vez.
Sr. mudo..
No encuentro su blog por ningún sitio de la blogoteca esa de 20 minutos.
Yo voto por mi Maga. No la olvido.
Voy a ver otra vez.
Ostras ..
El mensaje ha salido cuatro veces. Aseguro que no he sido yo.
No puedo votarle señor mudo . No tengo blog registrado en 20 minutos y tampoco encuentro la forma de registrarme con mis membrillos .
Si por mi fuera estaba ya el primero
Me has tocado la fibra sensible con el anciano. Está magníficamente narrado el relato :) enhorabuena Mariano. Y mucha suerte en los premios. Te sigo!
Publicar un comentario