28 de agosto de 2009

En mi cabeza

Sí, puedo pasarme horas mesándome la barba mientras veo la vida pasar tras la cristalera de este bar. La camarera ya no me mira mal. No por mesarme la barba, que comprendo que este tipo de tics puede poner de los nervios a cualquiera, pero no es el caso, sino por consumir un único té con limón durante ese tiempo. Todas las tardes, de lunes a viernes. Yo creo que ya me han asumido en el apartado de gastos fijos mensuales, porque eso soy al ocupar tanto y consumir tan poco. Pero ya estoy acostumbrado a esto, a ser un gasto fijo mensual.
Más de uno se aburriría con la contemplación, pero es que yo lo que mejor sé hacer es mirar. Lo segundo, pensar. Combino mirada y pensamiento para fotografiar la realidad o para inventármela, según se dé el día. Depende de lo que me ofrezcan los actores tras la cristalera y los ánimos con los que me haya despertado ese día, porque mi ánimo hace equilibrios sobre la cuerda floja; una cuerda floja sujetada por los extremos por mis escasas fuerzas. Así mi ánimo va desde malo a peor, porque las energías no dan para más.

Estas palabras podrían ser las de un escritor bohemio de esos que no han conseguido terminar un libro en su vida, en una constante melancolía que juguetea con la depresión, en una penuria que sólo le permite el lujo de un té con limón al día y que le priva del cine pero a cambio le da un escaparate. Sus libros están ya escritos tras el cristal, pero es incapaz de pasarlos al papel: por vaguería, porque hacerlo sería llegar a la meta demasiado rápido. O simplemente, por eso, por incapacidad.

La realidad es bien distinta. Miento cuando digo que lo mejor que sé hacer es mirar y pensar. La verdad es que es lo único que sé hacer, además de comer y dormir. Oigo mal, apenas emito sonidos guturales. Sólo mi brazo izquierdo tiene cierta movilidad, la justa para mesarme la barba en un tic que no puedo controlar y llevarme la taza a la boca con mayor o menor éxito, según los días.
Mi hermano pequeño se encarga de cuidarme por las tardes a cambio de un dinero que le da mi madre de mi pensión. Un contrato demasiado laxo que permite que todas las tardes me aparque la silla de ruedas en este rincón acristalado. No se va hasta que la camarera me ha traído el té a mí y a él las vueltas. La camarera ya no me mira mal, y traduzco mal, ahora sí, en su justa medida. Ya no me mira mal significa que ya no me mira con lástima. Mi hermano regresa más o menos puntual, aunque algún día ha estado el encargado a punto de trasladarme cerca de la salida. Hay horas en las que molesto más que otras. Y eso que, de momento, controlo bien los esfínteres.

Mi hermano se siente protegido porque me cuesta expresarme, tanto que ya no hago apenas esfuerzos por hacerlo. Confunde mi sonrisa, que es una mueca involuntaria, con complacencia. Lo que no sabe el muy cabronazo es que me está haciendo un enorme favor. Sólo sé mirar y pensar y él me coloca en el centro del escenario de la vida, en un sitio privilegiado para ejercer mis únicas dos habilidades. Al contrario que el escritor bohemio que jamás pondrá un fin, yo ya he acabado decenas de novelas. Eso sí, en mi cabeza.

19 comentarios:

MªJose dijo...

Me he visto sentada detrás de ese escaparate observando a la gente pasar y me recuerdas que así se aprende mucho de los paseantes pero no son falta de fuerzas ni desgana amigo, simplemente tu mente esta disfrutando de una lección que hoy ya has exprimido y en algún recodo de tu camino aprovecharas.

UN BESIN Y UNA SONRISA.

Wen dijo...

Qué tierno te ha quedado.... nada lastimoso curiosamente :)

Belén dijo...

Me ha gustado mucho, pero no te veo mesándote la barba...;)

Besicos, hermoso

Alena.Collar dijo...

Me ha parecido sobrecogedor, qué quieres que te diga...
Y tú sí que sabes mirar.
Y además miras con muchísima ternura.
Un beso.

Amando Carabias dijo...

Sí, sobrecogedor es el mejor calificativo. Durante su lectura, he pasado de la sonrisa a la tristeza. Y no sé por qué, me he reconocido en ese hermano que llega, se va y vuelve..., algunas veces tarde, para concluir su jornada laboral...
Que el destino o Dios o la suerte o lo que sea tenga piedad de nosotros.
También me gusta mirar y pensar, pero tiene que ser tremendo tener todas las palabras pegándose en la cabeza.
Abrazos.

Zitrone dijo...

Acojonante. Me ha puesto todos los pelos de punta; me he erguido del asiento como un suricato cuando he comprendido quién era el narrador... una joya, es una joya.
Besicos de limón

Anónimo dijo...

Sabia que no me equivocaba al dar mi voto a este blog.
Magnifico relato...
lo de la silla de ruedas, la inmovilidad.. etc ? es real o ficción ¿...
ojalá sea un adorno literario de este microrelato fruto del pensamiento en tu cabeza.

Perséfone dijo...

Sólo faltaba que viniera la camarera descarada a prohibirle al hombre lo único que le queda: observar y pensar.

Qué triste debe ser sentirse encerrado en un espacio tan pqueño como tu propio cuerpo.

Un saludo.

Abacab dijo...

Cada loco con su tema, como suelo decir; Mariano, tu relato me ha recordado instantaneamente a la canción "Tom's diner" de Suzanne Vega, que describe las sensaciones de alguien que contempla la vida desde el rincón de una cafetería.

Me ha gustado tu relato. Como siempre, recibe un abrazo zurdo, diestro y sobre todo atlético!

NÚRIA dijo...

...es jodido eso de no oir bien Mariano...al final te acabas acostumbrando como en el insti cuando mirabas al profe y hacias ver k oias...pero tu cabeza estaba a 1000kms de allí...saludets...

Juan Duque Oliva dijo...

Impresionante.

Ojala consiga sacar de su cabez y plasmarla en algún formato.

Un abrazo

Lola Mariné dijo...

Magnifico relato, extremecedor y tierno a la vez.
Un gusto leerte.
Saludos.

Dirty Clothes dijo...

Estoy seguro que la camarera será la primera en pedirle que le firme su novela una vez que se publique, y quizás, de ahí surja algo más... ains qué bonito :P

dirty saludos¡¡¡

Verdial dijo...

Pues aunque sea un gasto fijo mensual para el establecimiento, yo me apunto. Cuantas ideas deben pasar por la cabeza en ese rincón y durante ese tiempo. Seguro que la imaginación se escapa volando (y no por los efectos del te), hacia mil y un lugares y situaciones.

Y sabes, los mejores puntos finales son los que se ponen en la cabeza.

Besos

Joyce dijo...

Curiosa perspectiva, una nueva ventana para asomarse al mundo...

Un abrazo

pepa mas gisbert dijo...

Tu protagonista escribe sus historias en la blanca página de una cristalera. Las letras son los viandantes que circulan arriba y abajo y lleva en su mente un teclado de ordenador (la máquina de escribir pertenece al bohemio que no es). Lleva escritas cantidad ingente de novelas que nadie nunca leerá, parece que tampoco le importa que nadie le lea.

Un abrazo, estupendo relato

Irreverens dijo...

Menudo revoltijo de emociones me ha provocado esto, oyes.

¡hasta la vuelta!
:D

Chelo dijo...

A mi me parece que emana tristeza, ese hermano que harto de pasearlo lo deja aparcado en una cafetería y ni siquiera espera a ponerle el azucar.....para esa soledad no necesita la ventana le bastaría con cerrar los ojos....

Un beso

Paula dijo...

Cuánto me ha gustado el relato. Cuánta ironía y cuánta poca autocompasión, el personaje. Y qué sorpresa de desarrollo.
Seguiré leyendo con mucho gusto.
Saludos,

Paula