Hay ciertos adelantos que de vez en cuando se convierten en atrasos (aunque más de uno pensará que es al revés, que hay ciertos atrasos ladinos que a veces, pocas, se disfrazan de adelantos). Sin más metáforas, en esta ocasión estoy hablando del móvil.
Estar permanentemente localizable es una moneda con cruz y media (o cara y media, que jamás supe cuál es la cal y cuál la arena). Si hubiera tenido móvil hace unos añitos, por ejemplo, mi familia no habría estado un día entero buscándome en las listas de muertos y desaparecidos en la riada de Biescas, mientras que yo triscaba por los Pirineos totalmente ajeno a la tragedia.
¿Podré convenceros de que el móvil puede tener su cara amarga? Por ejemplo, en ciertas circunstancias nuestra intimidad queda desnuda, proporcionalmente con menos ropa a medida que aumenta la cobertura. Un sitio perfecto para compartir una conversación privada es el vagón de metro, gracias al silencio provocado por los asistentes a los conciertos privados de mp3.
Hoy, sin embargo y saliéndome de la rutina, salimos a la superficie y nos montamos en un autobús, que haberlos, haylos.
Nada más subir, avisto un asiento vacío que está detrás de una chica que habla por el móvil. La chica está discutiendo con su madre (¿la pista?, repite “mamá escúchame” todo el rato, habla mirando a la ventana como buscando el rostro de su contrincante en el reflejo y los ademanes son tan bruscos como contenidos, lo que aumentan la potencia del gesto). La chica no habla alto, pero es tan expresiva que la escucharía hasta un sordo; sobre todo un sordo. La conversación fue creciendo en lágrimas hasta llegar al llanto coincidente con el final de la conversación.
Entre que no soy nada cotilla, que estoy medio sordo y que iba trabajando (no recomiendo a nadie corregir textos por la calle, es todo un deporte de riesgo) la verdad es que no me enteré del contenido de la conversación/discusión, ni falta que hace.
Una parada después que yo, se sentó junto a la chica una señora mayor. Me pillaba en diagonal, así que pude ver cómo la miraba de soslayo. Cuando la chica colgó y los lagrimales no eran posibles fuentes sino cascadas, la mujer mayor la toco la mano para tranquilizarla. Empezó una conversación de esas de autobús, “¿vas a la última parada?” Le ofreció un caramelo, y de la forma más natural se pusieron a conversar. La chica hipaba aún pero lloraba menos. La mujer mayor le daba consejos, pero más desde el cariño y la ternura que del paternalismo (perdón, maternalismo, quería decir, que esta palabra también existe aunque la RAE calle). Pasó de la simpatía a la empatía en apenas parada y media. Cuando me bajé charlaban animadamente (que no alegremente).
Quizás la chica necesitara estar en ese preciso momento en medio de un desierto, o simplemente en la soledad de su habitación. O quizás no.
Quizás yo no debería haber escrito esta entrada. O quizás sí.
Estar permanentemente localizable es una moneda con cruz y media (o cara y media, que jamás supe cuál es la cal y cuál la arena). Si hubiera tenido móvil hace unos añitos, por ejemplo, mi familia no habría estado un día entero buscándome en las listas de muertos y desaparecidos en la riada de Biescas, mientras que yo triscaba por los Pirineos totalmente ajeno a la tragedia.
¿Podré convenceros de que el móvil puede tener su cara amarga? Por ejemplo, en ciertas circunstancias nuestra intimidad queda desnuda, proporcionalmente con menos ropa a medida que aumenta la cobertura. Un sitio perfecto para compartir una conversación privada es el vagón de metro, gracias al silencio provocado por los asistentes a los conciertos privados de mp3.
Hoy, sin embargo y saliéndome de la rutina, salimos a la superficie y nos montamos en un autobús, que haberlos, haylos.
Nada más subir, avisto un asiento vacío que está detrás de una chica que habla por el móvil. La chica está discutiendo con su madre (¿la pista?, repite “mamá escúchame” todo el rato, habla mirando a la ventana como buscando el rostro de su contrincante en el reflejo y los ademanes son tan bruscos como contenidos, lo que aumentan la potencia del gesto). La chica no habla alto, pero es tan expresiva que la escucharía hasta un sordo; sobre todo un sordo. La conversación fue creciendo en lágrimas hasta llegar al llanto coincidente con el final de la conversación.
Entre que no soy nada cotilla, que estoy medio sordo y que iba trabajando (no recomiendo a nadie corregir textos por la calle, es todo un deporte de riesgo) la verdad es que no me enteré del contenido de la conversación/discusión, ni falta que hace.
Una parada después que yo, se sentó junto a la chica una señora mayor. Me pillaba en diagonal, así que pude ver cómo la miraba de soslayo. Cuando la chica colgó y los lagrimales no eran posibles fuentes sino cascadas, la mujer mayor la toco la mano para tranquilizarla. Empezó una conversación de esas de autobús, “¿vas a la última parada?” Le ofreció un caramelo, y de la forma más natural se pusieron a conversar. La chica hipaba aún pero lloraba menos. La mujer mayor le daba consejos, pero más desde el cariño y la ternura que del paternalismo (perdón, maternalismo, quería decir, que esta palabra también existe aunque la RAE calle). Pasó de la simpatía a la empatía en apenas parada y media. Cuando me bajé charlaban animadamente (que no alegremente).
Quizás la chica necesitara estar en ese preciso momento en medio de un desierto, o simplemente en la soledad de su habitación. O quizás no.
Quizás yo no debería haber escrito esta entrada. O quizás sí.
14 comentarios:
Debías hacerlo, por eso lo has hecho. Estarás medio sordo, que no voy a poner en duda lo que nos dices, pero escuchas mejor que muchos, y ver, jó cómo ves, cómo miras...
Sé que eres psicólogo, y perdón por lo que voy a escribir, pero esa señora parece una catedrática.
Me ha emocionado el texto.
Qué casualidad que lea esta entrada tuya hoy, ayer me pasó algo parecido, quiero decir, a lo tuyo. Iba en el tren sentado con una chica, hispanoamericana ella, que hablando por el móvil también empezó a llorar y también me ví en esas. Me decidí a comportarme como todo personaje de ciudad y pasé de ella y su existencia, como si no estuviera llorando a moco tendido a mi lado y no fuera yo la única persona en esa parte del vagón. Sólo que a mí se me hizo difícil no escucharla, porque hablaba alto y no tenía yo nada entre manos, ni trabajo como tú ni concierto privado, pues hace meses que mi mp3 está estropeado.
Otra cosa, yo también estuve aquel verano cerca de Biescas cuando el desbordamiento y la tragedia, entre Biescas y Panticosa, ¡qué suerte tuvimos! De todos modos paso del móvil, tú has mostrado bien porqué, y no sólo por eso, me gusta salir y no estar localizado en todo momento, de hecho me gusta no estar localizado. Creo que el móvil puede ser muy útil, sí, y un montón de cosas tecnológicas habidas y por haber (que tenemos y que tendremos), pero en este caso concreto no me compensa.
Un saludo, perdona por el rollo.
Pues no sé por qué te preguntas si deberías haberla escrito.... y más habíendolo hecho con tanto tacto y delicadeza. A mí también me ha emocionado :)
Ahora ya no, pero antes usuaria llorosa frecuente ( cuando no me despedía de mi novio para venir a ver a mi familia, me despedía de mi familia para volver con mi novio ), y muchas veces alguna persona me animaba o me distraía... es una cosa bonita y tierna que se agradece mucho.
Estoy con Wen. Cuando alguien se presta a consolar a otra persona y sabe hacerlo con tacto, resulta muy loable.
Besazos
A lo mejor es que no estamos tan solos como a veces nos creemos. Seguro que fue bueno para las dos. O para los tres, incluyéndote a ti, que disfrutaste como espectador del momento. O para todos los que te leemos, que tambien disfrutamos de ello en diferido. Fíjate la importancia, al final, del gesto de la anciana.
Pero, sin conocer la historia, consolar por consolar.. no sé... a veces es mejor no meterse. ¿Qué sabe uno?
Hay una necsidad cada vez mayor y mas evidente de empatía. Vivimos en soledades juntas en estas ciudades nuestras que los dioses confundan. ¿Porqué no se puede empatizar más, porqué no se puede sonreir al que te da el billete del bus, ayudar a la señora mayor a cruzar la calle o consolar el llanto de alguien que llora?...
Necesitamos creernos de verdad que vivimos en una ciudad donde el resto son seres humanos; no bultos que pasan a nuestro lado.
Me gusta ir al parque; o a la placita de aquí, al lado de casa. Me siento en un banco y tomo el sol de invierno, y me hablan los viejecitos que leen el periódico, se paran las señoras y se sientan y después de un "buenos días" tímido (por si yo suelto el bufido que se interpreta como "saludar") me cuentan cosas...cosas que son Vidas, vidas que transcurren a nuestro lado, y que me acercan a sentir que yo también como ellos soy ciudad y que comparto.
Perdón por el coñazo. De más está decir que tu escrito me ha emocionado.
Pues para estar sordo y estar trabajando, has hecho una muy buena radiografía de la situación...
besicos
es que cada vez estamos más solos, Mariano y un poco de consuelo no nos viene a mal a nadie.
Oye, por cierto, ¿ibas corrigiendo mi novela, y escuchando a la chica dentro de tu sordera?
es que eres único.
ESTAN ENTREGANDO LAS PLATAFORMAS ARGENTINAS.LOS BRITANICOS PIDEN ADEMAS PARTE DE LA PATAGONIA,MAR ARGENTINO Y LA ANTARTIDA.EL 9 DE MAYO VENCIA EL PLAZO PARA PRESENTAR ANTE LA ONU LA EXTENCION TERRITORIAL DE LA PLATAFORMA ARGENTINA Y ESTOS GOBERNANTES QUE TENEMOS,NO PRESENTARON NADA,SE QUEDARON EXTRAÑAMENTE CON LOS BRAZOS CRUZADOS.CLARO GRAN BRETAÑA SÍ.
NOS DEJAREMOS INVADIR???
Y NUESTROS HERMANOS PAISES VECINOS???
RÍEN POR LO BAJO..
O ACASO NESTOR KIRCHNER NO LES CORTÓ EL SUMINISTRO DE GAS A LOS CHILENOS, CUANDO HABÍA CONTRATOS VIGENTES ???
O ACASO LOS KK NO MIRAN PARA OTRO LADO Y DEJAN QUE LOS ASAMBLEISTAS CORTEN PUENTES INTERNACIONALES CON URUGUAY??
Y PODEMOS SEGUIR CON BRASIL, PARAGUAY, ETC
NOS ODIAN TODOS
Los móviles se pueden apagar, o no contestar las llamada...pero que hacer con los móviles de los demás, es ya casi imposible no escuichar las conversaciones de los demás, a vecas creo que soy ya la unica persona a la que le da pudor responder al móvi en público, de hecho cada vez que me llaman, o consigo un lugar tranquilo, o contesto tenso, con monosilabos, y claro luego me preguntan porque soy tan antipatico al teléfono...
Yo escucho conversaciones ajenas cada día, algunas ya te las he contado, que tienen su miga como el visionario mariquita u homosexual que dijo que Soraya iba a quedar entre los 3 primeros de caspovisión...
Yo no lo pretendo, pero como siempre van hablando detrás de mí y no estoy sorda (o no mucho) pues me entero...
Hoy tocaba una que iba felicitandose a sí misma y a su interlocutor por lo barato que les había salido el seguro del coche...
A ver cuando te vienes conmigo en el autobús, que me siento muy sola!
Que bonito, y que maja la mujer, me hace pensar que aun hay esperanza en este caótico mundo donde todos van a su bola.
La ciudad, un autobús incluso, puede ser en sí misma un desierto, pero tarde o temprano acabas tropezándote con un oasis.
El móvil ha creado pequeños teatros a los que los espectadores acuden disfrazados bajo el anonimato. Escuchar una conversación es como robar un retazo de vida privada pero está tan al alcance del ladrón que este no se siente como tal y la víctima, ajena al robo, es también ajena a su propia escena.
Algo tiene la literatura que acaba engendrando más literatura...
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