19 de diciembre de 2008

Retratos zurdos (1)

Mi incapacidad para el dibujo es total. Por mucho que me empeñe, mis rectas no pasan de meandros mal planchados y las curvas siempre se apellidan quebradas. Pedidme que os dibuje un perro y una mesa y podréis jugar a las siete diferencias sin encontrar ninguna. Me hubiera gustado ser diestro (hábil) con el pincel para dedicarme a algo que me parece fascinante: pintar retratos. Un retrato es algo más que copiar fielmente un rostro, es plasmar en lo plano una cara con ojos, con mirada, con personalidad. Es plasmar el estado de ánimo y los pensamientos que cruzan colgados de las arrugas de la frente de los retratados.
Dibujar no es lo mío, así que dejo el pincel y el lienzo y me pertrecho una vez más con el bolígrafo y la libreta para iniciar una nueva serie de entradas: retratos zurdos. En ellos dibujaré retratos con trazos silábicos de gente corriente y moliente, volviendo a lo que más me gusta, la cotidianidad, la intrahistoria. Y no pretendo descubrir elevadas ni bajas personalidades, no pretendo sacar a la luz argumentos reales que parecen de película. Simplemente pretendo hacer retratos a mano alzada, rápidos, en directo, sin pensarlo, sin más detalles que los que me dé tiempo a anotar en mi libreta. Quizás como ejercicio. O no.

Llega pronto, demasiado, como siempre. Su lenguaje corporal es sincero y su pecho adelanta al caminar a sus caderas, con ese grado de inclinación que tienen ciertas personas que parecen preparadas para ganar el sprint de cualquier foto finish.
Vuelve a ser un islote en una mesa para siete. Los otros irán llegando a intervalos inexactos de puntualidad (unos) y de impuntualidad (los más).
Coloca milimétricamente la cazadora en el respaldo de la silla sin dejar ni una sola arruga (ni en la cazadora ni en la silla). Se sienta con decisión, como si fuera el sitio elegido para aposentar para el resto de sus días.
Se mesa el cabello, se pellizca el lóbulo de la oreja derecha, recoloca la circunferencia del cuello de su camiseta como si llevara un traje de Armani recién sacado de la tintorería. Repite estas tres cosas compulsivamente. El aparente desorden de las repeticiones no oculta cierta rutina que, si no fuera tan vago (yo), llegaría a adivinar.
Pide un botellín de cerveza con sabor a agua (la marca me la guardo) y un vaso. Le pide al camarero que le cambie el vaso porque está sucio. El camarero mira el vaso al trasluz con la misma rigurosidad que un agente del CSI buscando huellas dactilares en el lugar del crimen. Se lo cambia con cierto aire de contrariedad porque el cliente siempre tiene la razón.
El cliente que tiene la razón de turno escancia un cuarto de botellín en el vaso consensuadamente limpio. Bebe ese cuarto a pequeños sorbos; pequeños y rápidos, como si quisiera quitarse el hipo.
Antes de servirse el siguiente cuarto se mesa el cabello, se toca la oreja y coloca el cuello de su camiseta casi simultáneamente. Atribuyo la simultaneidad a que crece el nerviosismo ya que, quizás, se acerque la hora a la que tenía que haber llegado.
Se sirve el segundo cuarto de cerveza aguada y mira alrededor con la expresión intranquila, como si fuéramos los demás los que le estamos mirando a él; el eterno espiado.
Miro el reloj y no me queda más remedio que abandonar el escenario. Pago mi cuenta, recojo los bártulos y le echo un último vistazo. Sus brazos parecen molinillos de energía continua que no paran de mesar cabellos, pellizcar lóbulos, colocar cuellos de camisetas e inclinar vasos con ligeros y raudos ángulos para facilitar el sorbo.
Abro la puerta para abandonar el local y justo en ese momento entran seis personas en sosegada algarabía, seis personas de las que llevan la cadera adelantada, con ese grado de inclinación que tienen ciertas personas que parecen dispuestas a ser los últimos de Filipinas. Tengo tentaciones de girar la cabeza para ver si se dirigen al islote para hacer compañía al náufrago que andará escanciando el tercer cuarto de su botella, o si le adelantarán parsimoniosamente para ocupar la mesa del fondo.
Tengo tentaciones pero prefiero quedarme con la curiosidad. De lo contrario corro el riesgo de tener que dibujar un segundo retrato.

9 comentarios:

JOAKO dijo...

Si además no envejece ya tienes la novela...XXXD

Joyce dijo...

Hay gente que no ve nada y otros que ven mucho, y a ti te da para hacer un retrato con una buena colección de detalles.

Hay cosas que nunca cambian.

Un saludo!

Irreverens dijo...

¡Jope, qué estrés!
He terminado pellizcándome los cabellos, mesándome la camiseta y colocándome la oreja cada dos por tres...

Ayns, si es que... ¡miras tan bien, que todo lo ves!
:D

Me gusta esta nueva etiqueta.

Besos findesemaneros

Anónimo dijo...

Coincido con Irre, me gusta esta nueva etiqueta, incluso no descarto la opción de robarte la idea descaradamente. Eso sí, me queda mucho que practicar para acercarme un poco a tu acertada manera de ver.
Besos de fin de semana.

Anónimo dijo...

Parece un espejo.
Besos, buenas noches!

Belén dijo...

Es un retrato en sepia, verdad? así lo he visto yo...

Descriptivamente hermoso...

Besicos

Raquel dijo...

Dibujar maravillosamente con palabras y con el lenguaje descriptivo de quien sabe pintar... Anda, anda, no seas egoista que ya juntas unos cuantos talentos.
Besotes

estilografic.blog dijo...

Pues la curiosidad nos la has contagiado al final a todos, me temo.

A la espera de nuevos retratos, te dejo un abrazo.

belenmadrid dijo...

No sé si es a propósito pero he tenido que leerlo dos veces para saber si es chico o chica.. y casi me gustaría no saberlo al final no?