Desde hace un par de años hay un tipo apostado en la boca del metro. Todos los días y a todas horas. Por lo menos todos los días y a todas las horas a las que yo paso, que se dividen en constantes y dispares. Para que luego haya gente que siga defendiendo que la realidad es una y objetiva… ¿Me podéis creer si os digo que no me había dado cuenta hasta hoy de su presencia? Hoy me he fijado en él y he caído en la cuenta de que estaba allí desde hace tiempo. Es como si hubiera guardado en un álbum miles de fotos repetidas (sólo habría cuatro o cinco diferencias entre cada una de ellas) y disparadas sin mirar por el objetivo y hoy, no sé por qué hoy, pero hoy se hubieran amontonado mezclando esas diferencias para regalarme una única foto representativa de todas, una composición de lugar de ese espacio durante dos años de ignorancia visual.
Ahí estaba el tipo, acodado en la barandilla, contestando amablemente a una señora que se había despistado y había salido por la boca de metro equivocada.
Si lleva dos años allí, más de uno pensaréis que pide, reparte propaganda o canta canciones de Ismael Serrano. Pues no, la realidad además de no ser ni única ni objetiva, muchas veces nos sorprende.
Ahí estaba el tipo, acodado en la barandilla, contestando amablemente a una señora que se había despistado y había salido por la boca de metro equivocada.
Si lleva dos años allí, más de uno pensaréis que pide, reparte propaganda o canta canciones de Ismael Serrano. Pues no, la realidad además de no ser ni única ni objetiva, muchas veces nos sorprende.
Un día estaba él entrando en el metro y una chica le pidió ayuda para encontrar una calle. Tal y como estaba terminando las indicaciones, una señora mayor le preguntó dónde se cogía el 49. Acto seguido un joven greñudo le pidió fuego. No había encendido todavía el porro del greñudo cuando un caballero de portátil, mp3 y bluetooth le preguntó por la farmacia más cercana. «¿No tendrás dos monedas de cincuenta céntimos y una de euro para cambiarme? Es que sólo tengo una de dos euros y no me vale para el parquímetro», le dijo el siguiente.
Un graciosillo aguardó su turno (porque a esas alturas ya había cola), y al llegar a su altura encadenó una serie de preguntas, en un claro homenaje a Aterriza como puedas: «¿Cuál es animal más rápido del mundo?, ¿debo ocultar mi orgasmo?, ¿has estado alguna vez en una cárcel turca?, ¿has visto alguna vez a un hombre desnudo?» El graciosillo se fue sin esperar las respuestas y dejando una última chanza en el aire, «Elegí un mal día para dejar de esnifar pegamento». Y claro, ahí se abrió la veda. La gente ya no se conformaba con preguntarle una dirección o la hora, sino que empezaron a preguntarle cómo invertir en bolsa, cómo combatir el insomnio, cómo podía uno saber si su marido la engañaba con la vecina del quinto, el resultado del Málaga-Osasuna de la siguiente jornada de liga, la combinación de la primitiva, si iba a llover el viernes por la tarde «porque tengo una boda». Le pedían consulta sobre problemas sentimentales y laborales. Le ponían a prueba con acertijos irresolubles, le traían los problemas de matemáticas del niño para que encontrara las soluciones «Verá usted, es que yo tuve que ponerme a trabajar muy jovencita, y de milagro sé leer, escribir y sumar…». Un día llegaron a pedirle ayuda para ponerle nombre a una recién nacida: ¿Fuencisla o Patrocinio? Y así, hasta hoy.
Ya sé que pensaréis que de dónde he sacado toda esa información, que si ha sido un simple vistazo de escritor en crisis de argumentos lo que me ha llevado a inventarme esta patraña. Pues no. He esperado pacientemente mi turno (había cuatro personas delante de mí) y he hecho lo que hace todo el mundo: preguntar.
-Perdona si te resulto insolente, ¿pero qué haces aquí? ¿Estás bien?
Me ha contado toda su historia con una normalidad pasmosa. A medida que iba llegando al final de la narración, se le iba nublando la mirada, hasta que las nubes descargaron resbalando por sus pómulos, coincidiendo con el punto y final.
-Perdona que abuse de mi turno y te haga una segunda pregunta, ¿por qué lloras? –quise saberlo por egoísmo, más preocupado por haberle provocado yo el llanto que por el llanto en sí. Manejo fatal el tema de las culpabilidades…
-Lloro porque es la primera vez en dos años que alguien me pregunta que si estoy bien –me contestó mientras hacia una limpieza de lágrimas sorbiendo los mocos, que es la manera absurda de aspiración que se utiliza en ausencia de pañuelo, como si los mocos, por gutación, se llevarán el agua salada tras de sí-. Y aunque sólo fuera por probabilidad o por casualidad, ya es raro que entre miles de preguntas nadie haya colado un «¿estás bien?»
Un graciosillo aguardó su turno (porque a esas alturas ya había cola), y al llegar a su altura encadenó una serie de preguntas, en un claro homenaje a Aterriza como puedas: «¿Cuál es animal más rápido del mundo?, ¿debo ocultar mi orgasmo?, ¿has estado alguna vez en una cárcel turca?, ¿has visto alguna vez a un hombre desnudo?» El graciosillo se fue sin esperar las respuestas y dejando una última chanza en el aire, «Elegí un mal día para dejar de esnifar pegamento». Y claro, ahí se abrió la veda. La gente ya no se conformaba con preguntarle una dirección o la hora, sino que empezaron a preguntarle cómo invertir en bolsa, cómo combatir el insomnio, cómo podía uno saber si su marido la engañaba con la vecina del quinto, el resultado del Málaga-Osasuna de la siguiente jornada de liga, la combinación de la primitiva, si iba a llover el viernes por la tarde «porque tengo una boda». Le pedían consulta sobre problemas sentimentales y laborales. Le ponían a prueba con acertijos irresolubles, le traían los problemas de matemáticas del niño para que encontrara las soluciones «Verá usted, es que yo tuve que ponerme a trabajar muy jovencita, y de milagro sé leer, escribir y sumar…». Un día llegaron a pedirle ayuda para ponerle nombre a una recién nacida: ¿Fuencisla o Patrocinio? Y así, hasta hoy.
Ya sé que pensaréis que de dónde he sacado toda esa información, que si ha sido un simple vistazo de escritor en crisis de argumentos lo que me ha llevado a inventarme esta patraña. Pues no. He esperado pacientemente mi turno (había cuatro personas delante de mí) y he hecho lo que hace todo el mundo: preguntar.
-Perdona si te resulto insolente, ¿pero qué haces aquí? ¿Estás bien?
Me ha contado toda su historia con una normalidad pasmosa. A medida que iba llegando al final de la narración, se le iba nublando la mirada, hasta que las nubes descargaron resbalando por sus pómulos, coincidiendo con el punto y final.
-Perdona que abuse de mi turno y te haga una segunda pregunta, ¿por qué lloras? –quise saberlo por egoísmo, más preocupado por haberle provocado yo el llanto que por el llanto en sí. Manejo fatal el tema de las culpabilidades…
-Lloro porque es la primera vez en dos años que alguien me pregunta que si estoy bien –me contestó mientras hacia una limpieza de lágrimas sorbiendo los mocos, que es la manera absurda de aspiración que se utiliza en ausencia de pañuelo, como si los mocos, por gutación, se llevarán el agua salada tras de sí-. Y aunque sólo fuera por probabilidad o por casualidad, ya es raro que entre miles de preguntas nadie haya colado un «¿estás bien?»
Me despidió con la cara ya seca y con la misma sonrisa con la que me recibió. Me di la vuelta y vi cómo abandonaba su puesto vacilante, como el que se emancipa pero sin saber si sabrá valerse por sí mismo. Y escuché cómo iba pidiendo disculpas, una tras otra, a todas las personas que formaban la cola (conté hasta 34), informándoles de que había decidido regresar a su vida normal. Hubo felicitaciones, reacciones neutras y, sí, también hubo reproches.
Al mediodía, al salir del metro para ir a comer, efectivamente el hombre ya no estaba. Se respiraba un aire enrarecido en los alrededores de la boca del metro. Mucha gente extrañaba no tener a ese personaje que resolvía todo tipo de dudas. Otras personas, simplemente, notaban que algo faltaba en el paisaje pero no sabían exactamente qué.
20 comentarios:
MUY BUENO !!. SINCERAMENTE ME HA GUSTADO
Patrocinio, por supuesto...
Podrías hacer el favor de preguntarle si es que lo vuelves a ver - tú que eres atlético de pro y por tanto poco sospechoso - , que cuándo narices piensan traer a un entrenador serio los (i) responsables que dirigen a mi admirado y querido equipo, el Real Madrid, de los madriles de toda la vida?
Así es corazón, la realidad por supuesto siempre es subjetiva. Desde esa subjetividad nos comportamos y expresamos todos.
La historia del chico del metro y tu buen hacer con él nos muestra una parte de la realidad colectiva y otra de la subjetiva y nos da un resultado en el que gana por goleada el egoísmo, egocentrismo imperante, por otra parte innato en el ser humano. Somos así, vamos a nuestra bola y bien poco nos importa el de al lado o el de más allá lo fundamental somos nosotros y nuestro estrecho círculo. Una lástima, de ahí mi devoción por los animales. Bueno, esto es solo la opinión de una Maria de provincias con su propia realidad y su buena carga de egoísmo.
Saludos, a pasarlo bien.
¡Hey, Mariano, me ha gustado mucho!
:)
Es como una social-ficción, ¿no?
Besitos
Jolín, al principio me he pensado que era una historia real...
Si me lo contaras todo...
Muaks
Maravillosamente buena, uno de los mejores bodrios que has escrito.
Petonets/assos.
PD: Te rogaría que no le pidieses ayuda al señor del metro para el amigo madridista...ahora que lo estoy disfrutando un poco después de dos años de mierda.
Atención: Voy a decir una tontería.
Mariano, hace años que te leo. Aunque nunca comente nada.
Que bonito..
Es una historia preciosa.
Lo que voy a hacer es imprimir este episodio y meterlo en relatos metropolitanos... asi es el siguiente capítulo!
Besicos
Ahhh
Y chúpame mi rabo fascista!
Esa capacidad tuya de transportar al lector, crear el momento y en él sumergirlo. ¡!. Por supuesto.
Juas, qué genial..... al principio pensaba que era verdad :D
Qué barbaridad Mariano... lo tuyo es alucinante...
Pues deberían existir muchos personajes-personas así por las esquinas.
besos
Dice MITA que deberían existir muchos personajes así por las esquinas.
Son los locos de la ciudad, los que nos rompen los esquemas de este estado de "bienestar".
Comparto lo que dice, y añado que también deberían existir muchos zurdos (o uno :-D) para poder "verlos" y disfrutarlos.
Tendrás que hacer un "Relatos Metropolitanos II"...
Besos
Estoy de acuerdo con Belén, con el primer comentario que ha dejado, con el segundo no (joooder), se nota que te está leyendo :)
O sea... que eres un delicioso liberador de almas :)
Abrazos.
Mariano, cuánto tiempo... Por fin puedo conectarme siempre que quiera y seguiros como vosotros no habéis dejado de hacer en todo este tiempo... He de compensaros por vuestra comprensión y fidelidad, ¿no?
Como ya he escrito en el blog de "La clandestina", quizá dentro de poco vaya a Madrid a pasar un fin de semana; y me encantaría visitaros...
Un beso y un abrazo
Anónimo, me alegro de que sea así, seas quien seas.
JOAKO, no lo tengo yo tan claro, que Fuencis mola…
Estilografic.blog, me dice el tipo que Real Madrid y entrenador serio no casan. Lo ha dicho él, que conste.
Leire, es que la subjetividad tiene demasiada mala prensa…
Irreverens, efectivamente conejo.
Mgqseaml, siempre hay que guardarse secretillos, mujer…
Jovekovic, estarás contento con tu Barça…
Mújol, atención: voy a decir una tontería. Lo sé, y me gusta que me leas.
Vitruvia, ¡ole!
Princesadehojalata, me gusta que así te lo parezca.
Belén, la verdad es que encajaría en la colección de relatos. No lo había pensado…
Raquel, y la vuestra de dejaros sumergir.
Wen, de eso se trataba, me alegro de que haya funcionado.
Mita, y existen, lo que pasa es que no les dedicamos tiempo.
Trasto, son muy necesarios, desde luego, sino la vida sería absolutamente previsible y gris.
AdR, tú menos leer y más escribir, XDDD
Alize, y a nosotros nos encantaría que nos visitaras. Y sí, abrimos los sábados.
Besitos/azos.
me ha encantado la historia, y está mucho más cerca de la realidad de lo que se podría pensar, lo digo por experiencia, cada vez que alguien me pregunta algo, como me ven con ganas de contestar, alguien más se anima a preguntar. Una vez en el metro tenía una cola - uno al que contestaba, otro al que había contestado pero que esperaban, y una pareja esperando su turno.
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