Con Resquicios en el candelero y con otra novela recién acabada la penúltima corrección, me dispongo a deshojar la margarita y decidirme de una vez por todas por continuar una de las cinco novelas que tengo empezadas. Una gana terreno esta mañana alérgica de viernes. Y voy yo, ególatra que es uno y pensando que le puede interesar a alguien, y comparto con vosotros el comienzo de la elegida:
Miro la hora en el móvil. Con cierto disgusto
acaricio su melena.
-Tu
madre debe estar casi lista.
-¿Ni
uno rápido? –me contesta con voz melosa.
-Ya
no tengo edad para polvos rápidos, cariño.
Abandona
mi entrepierna fingiendo un mohín de tristeza y me besa con la suficiente
profundidad como para que me replantee su propuesta. Corto su ofensiva con unas
cosquillas en la tripa.
-Anda,
va, date una ducha, todavía estás a tiempo, que luego dice mamá que hueles a mi
colonia y que le produce estornudos.
-Vaya
dos, qué habré hecho yo para que me tengáis sitiado entre dos perfumes. ¿No
podríais buscar uno que os gustara a ambas? Me ducho más que un trabajador de
una central nuclear.
-Huele
a vieja…
-¡Eh,
mocosa! Un respeto, que es tu madre.
La
azoto entre risas, se defiende con mordiscos estratégicos y echamos un polvo
rápido.
Cuando conocí a Sandra y a Encarna no supe que eran madre e hija. La diferencia de edad era evidente, pero la genética del padre parecía haber anulado la de la madre. Me ocultaron su parentesco durante semanas. Pasaron varias citas sexuales con Sandra y varias sesiones de cine con Encarna para que me lo confesaran entre risas cenando en un japonés cercano a la Gran Vía.
Cuando conocí a Sandra y a Encarna no supe que eran madre e hija. La diferencia de edad era evidente, pero la genética del padre parecía haber anulado la de la madre. Me ocultaron su parentesco durante semanas. Pasaron varias citas sexuales con Sandra y varias sesiones de cine con Encarna para que me lo confesaran entre risas cenando en un japonés cercano a la Gran Vía.
Sandra, Encarna y yo formamos una asimétrica
estrella de David conformada por dos triángulos dispares cuyo eje se encuentra
en la casa que ambas comparten en la calle del Limón. El primer triángulo es
equilátero, ya que yo le llevo a Sandra trece años, los mismos que Encarna me
lleva a mí. Cuando nos conocimos Sandra tenía 31 años, yo 44 y Encarna 57. El
segundo triángulo es muy escaleno, ya que los afectos y el deseo se reparten de
manera desigual entre los tres. Yo quiero muchísimo a Encarna y la deseo
bastante. Ella no me desea prácticamente nada pero me quiere aún más que yo a
ella. Yo deseo muchísimo a Sandra y la quiero lo justo. Sandra me desea casi
tanto como yo a ella pero me quiere muchísimo más. Sandra y Encarna se adoran,
pero a Sandra le escuece que mi cariño esté tan mal repartido. Y yo manejo el
deseo por ambas como buenamente puedo.
-Tendré que hablar con Sandra. O cambia de
colonia o te libera un rato antes para que te duches. Llevo toda la tarde con
un picor de nariz…
3 comentarios:
Entre olores anda el juego, por lo que leo.
:)
Esto puede terminar oliendo muy mal... O no.
Besazos
6 años y punto y aparte...
bueno, esto pinta.. no sé muy bien cómo pero pinta y huele, veremos cómo termina la historia pero, de momento, ya nos has dejado con la intriga.
Estás imparable.
Un abrazo
Publicar un comentario