Aquella hoja parda caía a ritmo de estalactita, en consonancia con el
otoño que no terminaba de asentarse.
Cuando llegue al suelo
dispararé, me dije convencido de que no me faltaría el valor.
A punto de posarse
empezó a caer otra y decidí postergar el disparo a la llegada a tierra de esa
segunda hoja.
Acaricié el gatillo
pero una tercera empezó a descender tras la segunda. Y una cuarta. Y una
decena. En poco tiempo cien hojas formaron una cascada parda que prometía
desnudar el árbol antes de lo esperado.
Con el cañón apoyado
en mi sien esperé pacientemente a que cayera la última hoja, pero tan pronto
abandonó la rama más baja, se vio acompañada en el descenso por el primer copo del
invierno.
Me disparé en el pie,
en un acto tan incompleto como necesario.
3 comentarios:
Me parece un micro muy bueno Mariano, es de los de puñetazo. Me ha gustado mucho.
Abrazo
Qué instinto asesino tenéis todos...Menos mal que estamos en primavera y no caen hojas...
Besis
Este sí es muy, muy bueno.
Uno de esos raros microrelatos en los que el texto vuelve innecesario cualquier título.
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